Ayer contemplé tu desgastada existencia. Aquellos labios de miel ya resquebrajados. Los hilos tornasol de tu cabello volviéndose de paja. Miro poco a poco la metamorfosis de tus ojos, que pasan de ser perlas a esos granos de arena que caen para percudir aún más tu figura ya difuminada... Tú sigues acá, amor, en medio de las falsas ilusiones y las lágrimas eternas, pero el tiempo va robándole prescencia a tu persona y con cada soplo de este viento arrebatador te vas haciendo más etéreo y tu piel se está convirtiendo en humo que se disipa en mi memoria... Y dime, amor, con esa voz cada vez más opaca, ¿ cómo hago para que este dolor que alimentas día con día se evapore contigo?, ¿dónde guardo este puñado de esperanzas moribundas que se clavan a este corazon ya despedazado?. Contéstame, tú, candidato de alma en pena, ¿por qué insistes en arrancarme la vida a suspiros y me dejas pendiendo al borde de una duda eterna, si ahora decides desvanecerte para ser un recuerdo frustrante que lentamente invade y desgarra esta alma agonizante que se va quedando aqui, resagada, sedienta de ti?... Por eso vete, amor. Déjame llorar. Desgarrarme la cara a arañazos. Deja que mis manos se vayan llenando de mechones cobrizos. Déjame acostarme empapando mi almohada, retorciendo las sábanas, sin pensar, ni vivir, simplemente existir, hasta que un día deje de hacerlo y me fusione con la brisa que te quiere arrastrar al olvido y volar lejos de esta realidad podrida para poder, al fin, sentirte en mi, sin timidez, ni prejuicios, ni ese orgullo que me ahoga a quejidos; sin ninguna de esas absurdas barreras que contienen inútilmente esta pasión desbordante; solamente tú y yo abrazando el infinito, empapándonos en un aguacero de besos reprimidos, renaciendo en cada caricia indiscreta, embriagandonos de este placer que sentimos con cada mirada; para, finalmente, exhalar al unísono nuestro último aliento y así, empezar a convertirnos simplemente en una imagen borrosa para el resto...