Nunca creí que sonreír fuera algo difícil. Al contrario, siempre he sido una persona muy risueña (pregúntele a cualquiera que halla pasado conmigo más de una hora). Pero eso era antes de recibir una de las peores noticias de mi vida. Esa tarde de junio en que escuche una conversación telefónica de mi madre, discutiendo a cerca de la situación crítica de mi abuelita, hizo q cambiara la forma de ver la vida. Ahora, mover esos más de 40 músculos faciales era toda una odisea, ya que el entumecimiento que esto causo en mi cara fue total, provocando que la desesperación fuera el único sentimiento capaz de expresar.Aquella señora no era ni siquiera mi familia sanguínea, pero era la mamá de la mejor amiga de mi madre, había ayudado en mi crianza desde que yo era bebé, y todo esto y más la había convertido en mi tercera abuelita, como yo la llamaba. Ella, su hija, su yerno y sus nietas se habían unido a mi familia antes de mi nacimiento, y yo los quiero más aún que auténticos parientes.Cuando escuché aquello, lo primero que quise creer fue en que un oportuno milagro la salvaría de tan fatídico destino, ya que nadie con el alma como la de aquella ancianita merecía tan tortuoso martirio. Pero los dictámenes médicos decían otra cosa, y aquel cáncer que le había comenzado hacía tan solo un año, le carcomía ahora los pulmones, la ingle, los genitales y los huesos. Los doctores aseguraban que de junio no pasaría. Esto último hizo que viera caer una a una las esperanzas que inútilmente me había forjado, para caer así en una no muy agradable realidad, haciendo que empapara mi almohada más de una noche. Sin embargo, no ocurrió esto con la principal afectada. Aquella anciana con peluca teñida de azabache seguía conservando algo que ni los funestos pronósticos, ni la indescriptible enfermedad habían logrado arrebatarle: una sonrisa llena de alegría y esperanza, no en la curación sino en la resignación. Aconsejándole a sus llorosos allegados que no sufrieran por su causa y al mismo tiempo aguantando toses y dolores inhumanos, así pasó los últimos momentos de su vida una de las personas más dulces que he tenido la dicha de conocer; rodeada además, del amor que le daba la familia que tanto quería.Ahora que ya no está, ya no sigue siendo la tercera abuelita que tanto me alegraba tener. A aquella dama de cuento le nacieron alas, y la aureola que siempre tuvo, ahora le brilla más. Viste una bata blanca y sus descalzos pies se posan en una afelpada nube. Se ha convertido en mi ángel de la guarda, y me reconforta saber que en estos momentos la tengo más cerca de lo que la pude tener en vida; compartiendo con ella cada tropiezo, cada caricia y cada momento que la vida me da… Y quien sabe, tal vez su divina presencia me ayude a perder poco a poco la rigidez de mi cara