Si al menos lo hubiese entendido antes.....Como odiaba las despedidas. Pero tenía que aceptarlo. Simplemente, ya no podía...... Dios, aún recuerdo aquel ramo de rosas. Tu cara, escondida entre aquel montón de pétalos, sonriente, como siempre que veias que me soltaba el cabello. Acababa de llover y la calle estaba desierta. Y, sin embargo, ahi estabamos, callados, con las mejillas enrojecidas y todas las palabras a media garganta. De pronto, rápidamente tomaste mi mano y cerraste fuertemente los ojos, como si esperaras que un rayo te fulminara en ese instante...... Fue así como inició todo. A partir de entonces fue que me llenaste de esa hiperactividad absoluta que se concentraba en ti, en lo nuestro. Me amabas, lo sabía, y tu rastro empezó a impregnarse cada vez más del aroma de aquellas rosas que siempre me traías. Poco a poco llegamos a invadirnos mutuamente, al punto de dormirnos repitiendo el nombre del otro, como un arrullo atrapado entre los labios. Todo eran sonrisas, besos, caricias, abrazos: nosotros......... Hasta aquella noche....... Legaste a tu casa con la mirada perdida. Te estaba esperando, igual que siempre. Estaba hablándote, a pesar de que sabía que no estabas escuchando porque no respondías, ni siquiera volvías a verme. Descuidadamente te fuiste y me dejaste sola.... y con las manos vacías. Esa fue mi primera señal. Aún no se porque decidí ignorarla. Tal vez porque no estaba dispuesta a que algo acabara con la felicidad que había encontrado contigo. Pero, a medida que pasaban los días, caías cada vez más en ese sonambulismo. Ya ni siquiera me llamabas. El perfume de las rosas se disipaba y lo iba reemplazando un olor seco, frío. Y esos ojos de mar comenzaron a volverse grises, vacíos...... Era como si ya no estuvieras. Intenté seguir normalmente, traté de acercarme, e incluso de alejarme; pero tú seguias sumido en esa tristeza sin razón aparente y al parecer inconsolable. No eras el mismo, te volviste ese ser ausente que lloraba sin lágrimas. Llegé incluso a odiarte, estaba confundida, seguías ignorando mi prescencia y ya no sabía si seguía habiendo algún nosotros entre tú y yo....... Aquel día, harta ya de toda esta situación enfermiza, decidí buscarte para ver si al menos podía hallar algo que me ayudara a entenderte. Te encontré en la misma calle, la nuestra, donde me tomaste la mano por primera vez. Estabas sentado en la acera, con la cara empapada de llanto. Pronunciabas mi nombre a gritos, con la vista fija en el cielo y un ramo de rosas en la mano. Fue en ese momento cuando lo comprendí todo. No eras tú el que ya no estaba........................ Era yo la que había dejado de existir................