Algarabía nueva.
Entre mis jardines había un hada
descolgada por algunos de los colores
escapados del cielo, fugada en un rojo eterno
simple alegría del diamante
con sus brillitos robados al fuego, su silueta
en contraluz vivo de incendio,
me fue nombrando la novedad y las flores
que yo desconocía aún luego de mirar.
Reconozco que es muy poco lo sabido.
Y me dijo, al hablar, una rosa negra
sobre un telón de enredaderas
en humedad cubierta sus manos
claridad en su ojos, miles de campanarios
que me hicieron creer el universo.
¿Por qué no? acaso no debe abrirse
la boca para pronunciar el beso.
Acaso no hay que estrechar el abrazo
al pretender la vastedad del paraíso.
Había, hay, habrá un hada
conjurando las babas del Diablo
por mí que espero más palabras
que no digan tanto, si tanto
no quiero ni deseo.
Si un pétalo negro se convierte
-secado ahí mismo del espanto-
en la piel donde me halle,
se conjugará un verbo no escrito
en lenguaje sencillo de hadas
con sustancia de rocío, no de escarcha.
sangrepoeta.
Pablo Pereyra. El Palomar, julio de 2008.
DERECHOS RESERVADOS.