El Niño de Sombrero Azul

Gaviotas. Un cielo azul que se junta y se confunde con el verdoso azul del mar.
Una playa de arenas blancas, una estrella marina reposa entre las quietas aguas, que vienen, que van. Un murmullo. Una oda de esas olas que traen entre brumas, cantos de sirenas y caracolas. Ahí, sentada bajo la sombra de una palmera, está una mujer solitaria. Esperanza, su mirada se pierde en la lontananza. Hermosa en sus formas, una mirada lánguida, triste, sus cabellos rojos como la grana, la dibujan como un cuerpo etéreo que sale de aquellas aguas.
A su alrededor, rostros que miran sin mirar, bocas que hablan y no dicen nada, ruidos en silencio. Esta mujer esconde en su alma un amor, uno que se ha ido, que le fue arrebatado. Aún no sabe como, ni cuando. Solo sabe que lo espera, solo sabe que no llega. Fue en ese preciso instante, cuando su alma se movía inquieta. Sucedió sin darse cuenta. Un grito, revolotear de arenas, un cuerpo que caía y lo arrastraba con ella. Unos ojitos dulces, que parecían estrellas la miraban divertidos y la escrutaban con soberbia. Hola!! ¿Me alcanzas una estrella?- le dijo una voz risueña- era un niño de rizos negros, de piel morena.
¿Una estrella? - preguntó atónita Esperanza- aún no salía de su asombro. Claro, una estrella – contestó el niño- mira yo quiero aquella. Con sus manitas señalaba hacia el cielo, donde un sol radiante, imponía su presencia.
Pero niño, es de día en el cielo no hay estrellas, trataba de explicarle tomando sus manos entre las de ella. ¡Claro que si! Insistía… cierra los ojos, así no puedes verlas.
La curiosidad se apoderaba de Esperanza, con sus ojos miraba en torno a ellos, pero nadie los miraba, no parecían interesarse en el niño, nadie lo buscaba, no había una voz que lo reclamara. Está bien, dime si alguien te espera, ¿donde está tu madre?, ¿con quien vienes acá?. ¿Cual es tu nombre?.
El niño, se sentó, quieto, cabizbajo, sus rizos revoloteaban al viento, sus dedos dibujaban en la arena. Una lágrima rodaba, lenta, suave, por su cara. Levantó sus ojos, hacia la mujer que inquieta lo miraba, que ansiosa lo increpaba.
¿Porque lloras?- le preguntó entristecida- si pudiera te bajara una estrella. ¿Estás perdido? ¿Tienes miedo? Y miraba escrutadoramente a su alrededor. Pero todos seguían ausentes en sus propias vidas.
No me busques en los ojos de estas personas, ni en sus voces, ni en sus almas, allí nunca me encontrarás – contestó el chiquillo, con voz determinante- estoy aquí por ti, porque así lo has querido. Mujer, hermosa y sublime.
Solo te he pedido que me bajes una estrella y aun estando rodeada de todas ellas, no has podido verlas. Al hablar, sus manos se movían traviesas. Sus ojos glaucos le increpaban en silencio.
Esperanza dudaba –estaré alejándome de mi realidad- se preguntaba. Sin dejarlo de mirar. El tomó una de sus manos y la instó a caminar, pasos cortos, lentos, el sol quemando el rostro, la brisa y el salitre juntos en una danza sin final. Caminaban, ya no había nadie más. Sus pies jugaban con el agua, tibia, que con las algas marinas cantos entonaban.
De pronto, estrellas por todos lados saltaban,. El niño la miraba, reía a carcajadas.
Seguían caminando atravesando la playa, sus rostros mojados, sus brazos en la quietud del agua, caballitos marinos, sus ojos se cerraban. El niño reía a carcajadas.
Entonces una voz desconocida le hablaba, se dormía, no quería escucharla. La voz seguía, le llamaba. Se dormía. Insistía. No quería escucharla.
El niño reía a carcajadas. Vive Esperanza, abre tus ojos, limpia tu alma. Mira las estrellas que guían tu camino. Sigue el sendero. Busca tu destino.
Despertó. Murmullos. Rostros. Ojos. Solo los miraba. Aquel chiquillo, la besó y se alejaba. Se detuvo, volteó su rostro, con una sonrisa, le pidió sus disculpas por golpearla, señaló algo en sus manos, un sombrero azul. Se me escapó mientras jugaba.
Esperanza sonrió, siguió mirando al mar, llena cada vez más de añoranzas.