UN OTOÑO MAS....

Llega el otoño. Los árboles se desprenden de sus hojas y se desnudan al cielo. Camina lentamente una mujer solitaria, disfrutando del calor que recorre su cuerpo y la brisa que se llena del olor del mar, llega, la acaricia y se va. El canto cadencioso de las gaviotas, los ya tostados rostros, la arena en sus pies, la sal en sus labios, la hacen vacilar, una pena acongoja a esa mujer solitaria, Esperanza, así se llama. Su rostro habla del alma de una mujer atribulada.
Camina, como flotando en las aguas del mar, se sienta en la arena blanca, tibia. Su voz, casi un lamento: Oh Mar amigo, que hoy te vistes de verdes azules, aquí estoy de nuevo para me escuches. Vengo una vez más a que mis lágrimas se confundan con las tuyas.
El mar la escucha calmo, viene, humedece sus pies, desde sus entrañas un susurro. Las gaviotas curiosas en las rocas empiezan a hablar y esperan el final.
Mar que tantas veces me has escuchado llorar – Esperanza confundida le habla al mar- Quisiera tener el coraje de Alfonsina y en tu fondo oscuro dejarme arrullar por caracoles y sirenas. Que me acaricien las algas marinas. E irme con mi soledad. Cuando lo intento, tu oleaje me trae entre brumas unos ojitos tiernos, unas risas nerviosas, unas palabras dulces, que no podría dejar. El te quiero de mis hijos. La dicha de lo vivido. Si duermo, ya no los podría disfrutar. El cielo, un radiante sol, le mira y le sonríe. Pero su alma se resiste, el dolor del amor perdido, se siente tambalear. Entonces, sus ojos se nublan y lanza entre gemidos una sentencia: Vida, que ingrata eres, te llevas el amor y golpeaste muy duro mi corazón. Hoy me debato, entre estar o decir adiós. ¿Acaso vida, no puedo ser feliz?.