Tristeza...

No es la tristeza
la que me llama;
sino que soy yo,
la que con voz silente,
             la convoca.

Espada:
¡Espeta sin piedad el esternón
de mi nido desierto de aves!

¡Ven… te cedo el ingreso,
para que quiebres con acedos ayes
la carcasa olvidada que me orla!

No me niegues, sagrada espada,
que a ti te debo los sentidos,
porque no fue antes del roce de tu filo
que aprendí a percibir con otros ojos
el jadeante trayecto
que estampan mi pies en este mundo.

¡Y quién no entienda
por qué te clamo!

¡Y quién no comprenda
por qué te nombro!

Tendrá que advertir
que no fue antes de la labor
de la ciencia de tus manos,
que logró despertar
la lumbre emocional
de mi quinqué.

No antes de tu presencia…
No fue antes de sangrar sonrisas, un sol;
no fue antes un ocaso fotografiado en el rostro,
-no el mismo de ayer, no igual al alba-
no igual a un beso de un espíritu enamorado
que sintoniza conmigo en el aire …
que se articula al sofocante dolor
de la imperecedera distancia…

No igual…,
porque la siega después de ti,
siempre ofreció venturosos aprendizajes.
No igual…
             no antes de ti…

Por eso…
anda, vamos…:
¡Acurrúcate y
sepúltate en mí!
Soy tumba de generoso asilo
para tu aguzada púa.

Te imploro…
no me sortees…:
¡Espada… ven a mí!
             ¡Tristeza no me dejes!